La obsesión por la felicidad que nos hace tan infelices

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Si hoy les preguntas a los niños que quieren ser de mayores además de Influencer muchos te dirán que quieren ser felices. Porque ser feliz se ha convertido en una exigencia de la sociedad. En el libro Happycracia de Eva Illouz y Edgar Cabanas comentan que la felicidad es “una obsesión”, “un regalo envenenado”. Al servicio del sistema económico actual.

 

La psicología positiva nacida en 1998 en EE.UU ha impuesto el concepto de felicidad en la educación, la política y la economía. Junto a ella, florece una poderosa industria con terapias positivas, servicios de coaching o apps.

Hablar en contra de esta obsesión por la felicidad no se acepta bien actualmente. Hasta la ONU creó  en el 2012 el día internacional de la Felicidad.

Estas ideas han sido ampliamente aceptadas en las empresas que invitan a sus empleados a realizar cursos de resiliencia y mindfulness, responsabilizándoles a ellos de su poca productividad o su insatisfacción por sus condiciones laborales. Incluso se ha colado en la economía, donde profesionales como Richard Layard han propuesto el PIB por índices de felicidad. Unos índices que encabeza Finlandia, y en el que España está en el puesto 36 por debajo de Arabia Saudí.

La psicología positiva afirma que la felicidad en casi el 90% se debe a factores personales y las circunstancias no importan. Clase, nivel de ingresos o educativo, género, cultura… No tienen apenas influencia, somos nosotros los que la hacemos posible o imposible, es psicológico. Parece que estamos obligados a ser felices y sentirnos culpables de no sobreponernos a las dificultades, lo más rápido posible.

Es más, no es suficiente con no estar mal o estar bien, hay que estar lo mejor posible, y por eso no solo el que lo pasa mal necesita un experto, sino cualquiera para sacarse el máximo rendimiento, aprender nuevas técnicas de gestión de sí mismo y obtener nuevos consejos para conocerse mejor, ser más productivo y tener más éxito. La felicidad así es una meta en constante movimiento, nos hace correr detrás de forma obsesiva, y es un objetivo en sí mismo, en vez de la consecuencia final.

Esta búsqueda de una excelencia utópica tiene el efecto contrario en muchas personas, aumentando su estado de ansiedad y su depresión.

Por suerte, ya hay muchas voces que piden recuperar valores como la solidaridad y la justicia, el agradecimiento y la aceptación  de nuestros límites y de la realidad, en contraste con esa búsqueda de la felicidad individual y obsesiva.

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